viernes, 29 de abril de 2011

Explorando el exterior

Los días se sucedían con normalidad. No había nada que se escapara de lo cotidiano y eso, fue lo que más me llamó la atención. ¿Cómo era posible que día tras día todo fuera igual? ¿Cómo no cambiaba nada? Porque eso era lo que pasaba. Desde que salía el sol hasta que se ocultaba y desde que la luna brillaba en lo alto hasta que se marchaba, ocurría exactamente lo mismo que en los días anteriores. Y por primera vez en muchos años, supe que aquel castillo había dejado de ser mi hogar. Ya no me sentía segura dentro de sus muros. Las habitaciones me parecían frías y oscuras. Y los largos corredores siniestros y angostos. Así que, cogí una buena capa para protegerme del frío y salí. Era extraño volver a sentir el sol en mi piel y el aire en mis cabellos. Al principio tuve miedo y quise volver, pero después decidí que tenía que avanzar. Caminé hasta que llegué al final de mis terrenos y tuve que traspasar la muralla invisible que separaba mi mundo del del resto. Eso me costó bastante. Fue complicado poner un pie fuera de mis dominios y saber que con eso dejaba atrás toda mi vida. Uno de los lobos se situó a mi lado y me acompañó. Era totalmente blanco y sus ojos tenían un brillo inteligente que no había visto nunca en otro animal. Así que, acompañada por mi lobo blanco salí al mundo y me enfrenté a él.

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